El desayuno es la primera comida del día. Debería ser la más contundente, puesto que nos despertamos después de varias horas de ayuno; pero no es así. La cultura "antidesayuno" está presente en todas las edades: los niños porque no se acostumbran a comer tan temprano y los mayores porque quieren guardar la línea. Pero con esta práctica tan poco saludable, solo se consiguen bajones de azúcar, desmayos y la tentación de comer algo realmente calórico cuando ya no podamos aguantar el hambre (recordemos que no hemos desayunado...).
Prácticamente todo lo que comemos se convierte en energía; y si bien es cierto que tenemos que ajustar nuestra ingesta a la actividad física que hagamos, hay una cantidad mínima de calorías que necesitamos, para la correcta formación y funcionamiento de los órganos y el mantenimiento de la temperatura corporal. Eso explica por qué en las zonas donde hace más frío, un guiso con fundamento sienta tan bien; por qué las personas que padecen trastornos alimentarios como la anorexia, suelen tener frío, cuando el resto no, y por qué los niños pequeños necesitan tanta energía.
Esa cantidad de energía mínima varía con la edad, y es menor, cuanto más mayores seamos; esto es, conforme te haces mayor, para mantenerte en tu peso, o se toman menos calorías, o se hace más ejercicio.
Yo apuesto por la segunda opción, complementada además con varias comidas al día, y haciendo honor a la expresión de "desayunar como un rey, comer como un burgués y cenar como un mendigo". Así, vamos consumiendo esas calorías a lo largo del día y no se acumulan.
La glucosa es el combustible del cerebro, así que empieza la jornada con un buen desayuno, incluyendo lácteos (leche o yogur), hidratos de carbono (galletas, tostadas, etc.) y vitaminas (zumo o fruta). Verás que no son tan necesarios los complementos vitamínicos que tanto se toman en esta época del año.
Y tú, ¿a qué esperas para ser un@ campeón@?
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